Capítulo VII
El gigantesco puerto se encontraba a considerable distancia de la ciudad para que ni los ruidos ni los gases ni el bullicio del comercio interfiriesen con los negocios del pueblo o con el sueño del rey. Estaba demasiado lejos para ir andando. Flinx detuvo un cochecillo de los conducidos por Meepahs, y el conductor lanzó la ligera criatura a la carrera en dirección al puerto. Los Meepahs eran rápidos y podían evitar los embotellamientos del tráfico más moderno. Era una forma deportiva de viajar, y el viento húmedo silbando junto a su rostro barrió los ligeros vestigios de la somnolencia que había comenzado a apoderarse de él. Como los animales eran corredores de pura cepa y sólo podían hacer una carrera larga en una hora, resultaban también caros. Volaban, cruzándose con vehículos más lentos y con enormes hovermercancías que transportaban toneladas de artículos desde y al puerto. Los pobres de Moth caminaban a ambos lados de la carretera, como habían hecho durante siglos y sin duda harían en siglos futuros. En Moth no había aceras mecánicas públicas semejantes a las que con profusión podían encontrarse en las capitales de planetas más civilizados. Además de ser caras, la población nómada tendía a cortarlas en busca del metal.
Cuando llegaron a una zona alejada de las ruidosas pistas comerciales, que pensó que estaría más cerca de los muelles privados, pagó al conductor, abandonó el vehículo y se dirigió apresuradamente hacia los grandes edificios tubulares. Conocía no poco sobre el trazado del gran puerto, pues había viajado allí muchas veces cuando era niño. No podía saber de dónde provenía su interés hacia el lugar. Ciertamente, no de Madre Mastín. Pero ya desde una edad muy temprana se había sentido fascinado por el puerto, a causa del lazo que proveía con otros mundos y otras razas. En cuanto había sido capaz de escapar al vigilante ojo materno, había venido aquí muchas veces recorriendo todo el camino sobre sus cortas e inestables piernas. Durante horas se había sentado a los pies de los viejos tripulantes canosos que se reían entre dientes de su interés e hilvanaban cuentos todavía más viejos sobre el vacío y los pinchazos de vida y conciencia desparramados a su través, solamente a cambio de la halagadora atención y de la ansiosa mente que prodigaba libremente. Algunas veces se había quedado hasta después del atardecer, introduciéndose cuidadosamente en casa, siempre para encontrarse entre los impacientes y refunfuñantes brazos de Madre Mastín. Pero en el puerto se sentía completamente magnetizado.
Sus favoritas habían sido las historias de los cargueros interestelares, aquellas gigantescas naves semejantes a globos, que recorrían las distancias entre los mundos habitados transportando extraños cargamentos y pasajeros más extraños aún. Caramba, hijo, le dirían, ¡si no fuese por los cargueros, todo el condenado universo se vendría abajo y el propio caos volvería a reinar!
Ahora quizá tendría la oportunidad de ver una de aquellas fabulosas naves personalmente.
Un gruñido ensordecedor se hizo audible a sus espaldas, y se dio la vuelta para contemplar la voluminosa forma de un transbordador saltando hacia el espacio, dejando tras sí su conocido rastro color crema y carmín. El efecto que producía el material de la pista, absorbente del sonido, era aumentado todavía más por el estratificado cristal del propio edificio, ahogando los cohetes y arietes de propulsión. Era un espectáculo que había contemplado muchas veces ya, pero una pequeña parte de él todavía parecía ir al espacio con cada vuelo. Se apresuró a buscar un guía de los muelles.
Aproximadamente cada quince minutos, un transbordador aterrizaba o despegaba del puerto de Drallar. Y no era el único del planeta, ni mucho menos. Algunos de los puertos privados, propiedad de las compañías madereras, eran casi tan grandes. Los transbordadores se llevaban madera, productos alimenticios; traían maquinaria, artículos de lujo, comerciantes y turistas. Comprobando balas plásticas, divisó el uniforme a cuadros blancos y negros de un guía. Se apresuró a ir hacia él.
El hombre advirtió el traje, edad y bolsa de viaje de Flinx y balanceó otros factores contra el reptil obviamente peligroso que se enroscaba con aire alerta sobre el hombro del joven. Dudaba en contestar o no a la pregunta que Flinx le había hecho. Otro guía, de rango superior, pasó sobre un vehículo motorizado, aminoró la marcha y se detuvo.
—¿Dificultades, Prin?
El guía miró agradecidamente a su superior.
—Esta... persona... desea conocer la dirección de las pistas privadas de la casa de Malaika.
El mayor de los dos hombres examinó a Flinx, quien esperó pacientemente. Había confiado en este tipo, pero sólo leía buenas intenciones de parte del anciano.
—¡Hum! Díselo entonces. Dejarle que eche un vistazo a las naves no hará ningún daño y quizá tenga verdadero motivo para estar allí. He visto a gente más extraña todavía subir a las naves de Malaika.
El hombre aumentó la velocidad de su vehículo y siguió su camino por el abovedado pasillo.
—Pista cinco, segundo conducto transversal a tu izquierda —dijo el hombre—. ¡Y cuidado con ir a ningún otro sitio!
Pero Flinx ya había partido en la dirección indicada.
No fue difícil encontrarlo, pero la rampa telescópica parecía no tener fin. Fue un alivio ver la alta figura del mercader esperándole.
—¡Encantado de verte, kijana! —aulló, palmeando a Flinx en la espalda. Afortunadamente, éste se las arregló para esquivar la mayor parte del golpe. Sobresaltado, Pip se estiró ligeramente—. Eres el último en llegar. Todo el mundo está ya a bordo y colocado de forma segura. Dale tu equipaje al ayudante y colócate las correas. Estamos a punto de partir.
Malaika desapareció en la parte delantera, y Flinx le dio su bolsa a un joven de aspecto oficioso, que llevaba las armas de la casa de Malaika (una nave espacial y una papeleta de crédito entrecruzadas) sobre su gorra y chaleco. El hombre desapareció por una pequeña puerta trasera, dejando a Flinx solo en la pequeña compuerta. Antes que permanecer allí para que aquel hombre volviese a acompañarlo, avanzó por la cabina de pasajeros y se buscó un asiento vacío.
Por ser éste un transbordador privado, y no comercial, era más pequeño que la mayoría. El bajo y estrecho compartimiento solamente tenía diez asientos. Obviamente, la nave no estaba diseñada para viajes largos. La decoración rozaba el barroquismo. Examinó la estrecha sala.
Los primeros dos asientos estaban ocupados por Malaika y su lince, Sissiph. Esta, para variar, estaba cubierta con un voluminoso traje espacial, con el único objeto de que resaltase la belleza de su rostro. En la segunda fila, Tse-Mallory y Truzenzuzex se inclinaban sobre el pasillo, discutiendo animada, pero amigablemente, sobre algún tema que permaneció incomprensible para Flinx en todos los niveles de percepción. Después venían los dos pilotos espaciales, Atha Moon y el hombre sombra Wolf. Los dos miraban atentamente, pero a cosas diferentes. Atha contemplaba el puerto, observando tanto como podía los preparativos normales para el lanzamiento.. Los ojos del hombre estaban voluntariamente fijos sobre un punto invisible, seis pulgadas en frente de su nariz. Su cara permanecía, como de costumbre, totalmente desprovista de expresión.
La atención de Atha parecía dividirse entre el exterior de su diminuta nave y la parte delantera de la cabina. Continuamente asomaba su cabeza por el pasillo o por encima del respaldo del asiento delante de ella. Especialmente cada vez que una risita o gorgoteo más alta de lo normal venía de aquella dirección. Probablemente se creía inadvertida. Quizá no se hubiese dado cuenta de que él se encontraba a bordo detrás. En cualquier caso, no parecía preocuparle la presencia de Wolf. Incluso desde donde se encontraba podía ver la forma en que se tensaban los músculos de su cuello y sus mejillas, el modo en que cambiaba su presión sanguínea y se aceleraba su respiración, en respuesta a los juegos mudos de allá delante. No era mucho, pero no obstante... Movió la cabeza. Todavía no habían alcanzado su nave, y ya una situación explosiva se estaba fraguando. No sabría decir cuánto tiempo se habría estado formando, pero sí sabía una cosa. Personalmente, no tenía ningún deseo de estar cerca cuando llegase finalmente a una culminación.
Se preguntó si Malaika tendría la más ligera idea de que su piloto personal durante seis años estaba desesperadamente enamorada de él.
Había varios asientos vacíos, así que escogió el que estaba detrás de Atha. No es que lo prefiriese mucho a cualquier otro, pero sí deseaba estar tan lejos como le fuera posible del enigmático Wolf. No pudiendo leer al hombre, todavía no estaba seguro de él. Igual que en numerosas ocasiones, deseó que sus peculiares talentos no fuesen tan caprichosos en sus operaciones. Pero cuando dirigía su atención hacia Wolf, sólo encontraba un vacío extrañamente difuso. El rocío no soportaba bien los símbolos.
Una breve advertencia llegó desde el altavoz de la cabina, y Flinx sintió que la nave basculaba. Estaba siendo elevada hidráulicamente. Pronto fue colocada en un ángulo de lanzamiento de setenta grados, inmóvil.
Mientras se colocaba las correas, otro problema atrajo su atención. Pip todavía estaba enroscada cómodamente sobre su hombro izquierdo. Ciertamente esto no funcionaría. ¿Cómo iban a arreglárselas con el minidrag? Hizo una seña al ayudante. El hombre ascendió por medio de agarraderas colocadas en los costados de los asientos. Observó cautelosamente a la serpiente y se volvió un poco más cortés.
—Bien, señor. Parece capaz de sujetarse de forma bastante segura con esa cola. Sin embargo, no puede quedarse como está, porque en el lanzamiento sería aplastada entre vuestro hombro y el asiento.
El tono en que lo dijo dejaba claro que no le importaría observar esta eventualidad. Retrocedió por el pasillo.
Flinx miró a su alrededor, y por fin se las arregló para colocar la serpiente sobre el grueso brazo del sillón opuesto. Dado que Pip era una criatura arbórea, a Flinx le preocupaba mucho más cómo reaccionaría a la presión del despegue que a la condición de ingravidez, sin mencionar cómo se las arreglaría él mismo.
No necesitaba haberse preocupado. La lujosa y pequeña nave se elevó tan suavemente que la presión fue prácticamente inexistente, incluso cuando los cohetes siguieron a los arietes. No resultó peor que una manta pesada sobre su pecho empujándolo suavemente hacia atrás en el guateado asiento. El zumbido ensordecedor de los cohetes apenas penetraba en la bien resguardada cabina. En resumen, sólo sentía una débil sensación de desorientación. En contraste, Pip parecía positivamente extasiado. Entonces recordó que el minidrag había sido llevado hasta Moth en una nave espacial, sobrellevando esta misma experiencia por lo menos dos veces anteriormente. Sus aprensiones no habían tenido fundamento. Pero habían servido para distraer su mente del vuelo. Otra ojeada al minidrag mostró que la estrecha cabeza se movía de un lado a otro, mientras la lengua de una sola punta aparecía y desaparecía rápidamente, tocando todo lo que estaba a su alcance. Las plegadas alas estaban extendidas y aleteaban de puro placer.
Cuando los cohetes se apagaron y la pequeña nave flotó sin peso, Flinx se sintió lo suficientemente aclimatado para inclinarse y recoger la serpiente. La volvió a colocar sobre su lugar habitual en el hombro. La confiada presión sobre su brazo y espalda resultaba, como de costumbre, reconfortante. Además, la maldita estaba divirtiéndose demasiado. Y lo único que no necesitaban al comienzo de la expedición era un reptil venenoso revoloteando locamente por el limitado espacio de la cabina, dejándolo caer en cualquier sitio.
Se cruzaron con varias naves en órbita de aparcamiento alrededor del planeta, incluyendo una de las enormes estaciones de combustible para los transbordadores. Algunas de las gigantescas naves estaban en proceso de carga y descarga, y hombres en trajes espaciales flotaban alrededor de ellos brillando como polvo de diamante. Los ojos del muchacho se embebían de todo aquello y pedían más. Una vez, cuando el transbordador giró noventa grados y se colocó en alineación para la conjunción con la nave, el propio planeta entró en su campo de visión rotando majestuosamente.
Desde este ángulo eran claramente visibles las famosas alas-anillos. Los estratos radiantes, dorados como la mantequilla, de roca y gas, se combinaban con lagos que brillaban como zafiros a través de desgarramientos en la cubierta de nubes y hacían que el planeta se pareciese más que nunca al insecto terráqueo que le había dado nombre.
Únicamente consiguió echar un ligero vistazo a su nave Glory. Fue suficiente. Emparedada entre hinchados cargueros y regordetes transportes, parecía un pura sangre en un establo. Todavía tenía la forma inevitable de una nave de mando doble-ka, un globo colocado en el extremo de un gancho de plomero, pero las líneas diferían de la mayoría. El globo en un extremo era el espacio para los pasajeros y la carga, y el émbolo del otro, la paleta generadora del campo de gravedad positiva. En lugar de ser ancho como un plato y superficial, el abanico generador del Glory era estrecho y profundo como un cáliz. La zona destinada a pasajeros y carga tenía todavía la forma de un globo, pero un globo ahuesado, afilado. Simplemente a juzgar por su aspecto, podía decirse que el Glory resultaba más rápido que cualquier carguero o crucero espacial. Era una de las cosas más hermosas que había visto en su vida.
Sintió una ligera sacudida a través de su arnés cuando el transbordador entró en la compuerta de transbordo de la gran nave. Siguiendo las instrucciones del guía, se liberó de las correas de sujeción y siguió a los demás al interior del conducto umbilical, apoyándose con las manos a lo largo del pasamanos móvil. El lujo del Glory, en comparación con las naves de mercancías que le habían descrito, se le hizo rápidamente destacable. La compuerta neumática estaba toda forrada de pieles.
El guía y Malaika intercambiaron breves órdenes, y el uniformado joven abandonó el conducto, tirando del cabo detrás de él. Después de un rato, la puerta giró cerrándose, y quedaron efectivamente separados del transbordador.
—Si queréis seguirme, usad las agarraderas. Nos dirigiremos al salón. —Malaika se deslizó el primero a» través de la compuerta de salida—. Atha, tú y Wolf subid a Control y activad el mando. Consigamos una gravedad cómoda aquí dentro. ¡No soy un buibui para tejer mi propia red! Vosotros dos ya sabéis dónde están vuestros camarotes.
Atha y el rostro semejante a un cráneo salieron por un corredor lateral. Malaika se volvió hacia ellos.
—A los demás, yo mismo os enseñaré vuestros alojamientos.
El salón era un cuento de hadas de cristal, madera y plástico. Burbujas de vidrio conteniendo formas de vida acuáticas de brillantes colores estaban suspendidas por toda la enorme habitación, colgando de un fino, pero irrompible, entramado de red plástica. Árboles de verdad crecían a través del suelo cubierto de pieles, cada uno representando una especie diferente nativa de Moth. Esculturas de metal, recubiertas con polvo de gema, colgaban como nubes del techo, un soloide tridimensional con la imagen de un cielo abierto con nubes y sol. Empezaba a oscurecerse, imitando efectivamente al atardecer que tenía lugar en la cara del planeta debajo de ellos. Era un extraño símil para que viniese ahora a la mente, pero por alguna razón Flinx lo comparó con la sensación de caminar a través de una cerveza especialmente deliciosa.
La nave tembló una vez, dos veces, aunque muy imperceptiblemente, y pudo sentir cómo el peso volvía a su cuerpo. Comenzó a flotar hacia una puerta lateral y después a manotear frenéticamente para aterrizar sobre sus pies, y no sobre su cabeza. Una ojeada le mostró que ninguno de los otros pasajeros experimentaba dificultades parecidas. Sissiph estaba siendo estabilizada por Malaika, y Tse-Mallory y Truzenzuzex no se habían molestado siquiera en interrumpir su discusión. Enfadado, consiguió asentar sus errantes piernas. No hubo comentarios sobre sus obvias dificultades, por lo cual se sintió agradecido. La gravedad total volvió después de un intervalo muy corto.
Malaika se acercó a lo que parecía ser un cactus, pero era un bar.
—Durante la duración del viaje permaneceremos en una gravedad punto nueve cinco. Posiblemente la mayor parte de vosotros no estéis acostumbrados a conservar el tono muscular en el espacio —Flinx sondeó rápidamente las composiciones de los dos científicos y dudó de la seguridad de la observación de Malaika—, y por tanto he dudado en fijarlo más bajo. La ligera diferencia debería ser suficiente para ser advertida, y se aproxima a la que encontraremos en el planeta objeto de nuestro aterrizaje. Esto nos servirá como lugar de reunión habitual. Las comidas serán servidas aquí por el autochef, a menos que prefiráis comer en vuestro camarote. Njoo, os enseñaré los vuestros...
Flinx pasó tres días simplemente examinando el «suyo». Estaba equipado con artilugios fantásticos que se disparaban desde el suelo, las paredes y el techo. Había que vigilar dónde se pisaba. Una presión sobre el botón que no era, y uno podía recibir una ducha de agua tibia... sin tener en cuenta el atavío del momento. Había sido una experiencia descorazonadora, especialmente porque él lo que intentaba era conseguir un corte de pelo. Afortunadamente, nadie, con la excepción de Pip, había estado en los alrededores para presenciarlo.
Se había sentido preocupado pensando en cómo se adaptaría su mascota al confinamiento de la vida a bordo. Todos los demás, excepto posiblemente Sissiph, se habían acostumbrado a la presencia del reptil. Así que aquello no causaba preocupación. Como se demostró, no había ningún otro problema. El minidrag revoloteaba de un lado para otro entre las columnas y tapicerías de plástico del salón, como si le pertenecieran, asustando mortalmente a los habitantes de las burbujas de cristal. Ocasionalmente, se colgaba como un murciélago de una rama, artificial o real, particularmente incitante. Cuando se descubrió que el selector de comida de su camarote podía ofrecer trocitos frescos de carne cruda de Wiodor, la serpiente tuvo su felicidad asegurada.
Desde hacía varios días habían estado alejándose del sistema de Moth a una velocidad lenta, pero en continuo aumento. Malaika estaba de un humor expansivo, y así cuando Flinx solicitó su permiso para permanecer en Control durante el «cambio de sistema», el mercader accedió graciosamente. Una vez que diesen el primer salto más allá de la velocidad de la luz, mediante el «cambio», su velocidad de aceleración aumentaría tremendamente.
En apariencia, nadie más compartía su curiosidad. Malaika permanecía recluido en su camarote con su lince. Tse-Mallory y Truzenzuzex pasaban la mayor parte del tiempo en el salón, jugando al ajedrez de las personalidades y conversando en lenguajes y de temas de los que Flinx solamente podía entender un pequeño fragmento de cuando en cuando. Una vez más reflexionó sobre su completa familiaridad y naturalidad con la navegación espacial.
Malaika había casi prometido subir a Control durante el «cambio de sistema» para explicarle a Flinx su funcionamiento. Pero cuando llegó el momento, Sissiph estaba enfurruñada a causa de alguna pequeñez incomprensible, y el mercader se vio constreñido a permanecer junto a ella en el camarote. En su lugar, dio instrucciones a Atha de contestar cualquier pregunta que Flinx pudiese hacer con respecto al funcionamiento de la nave o del mando. Ella había escuchado la orden con claro disgusto.
Flinx había llegado a la conclusión de que tendría que ser él quien rompiese el silencio que su primer y poco ceremonioso encuentro había producido. De otra forma, quizá no intercambiasen una sola palabra en todo el viaje, e incluso una enorme nave espacial es una extensión demasiado pequeña donde mantener animosidades.
Entró en Control y se colocó detrás de su asiento. Wolf estaba lejos en el extremo opuesto de la habitación. Ella no dijo nada, pero él sabía que había advertido su entrada.
Leyó franqueza y decidió contraatacar de la misma forma.
—Escucha, no quise darte un puntapié aquella vez allá en la torre.
Ella se dio la vuelta para observarle interrogativamente.
—Esto es, no quise darte una patada a ti. Yo a quien quise golpear... ¡oh demonios! —la explicación no había parecido tan difícil cuando la había ensayado mentalmente. Por supuesto, entonces no había tenido que luchar con el rico castaño-rojizo de aquellos ojos—. Pensé que serías un espía... o un asesino o algo así. Ciertamente parecías estar donde no te correspondía. Así que tomé el camino menos sangriento que se me ocurrió en el momento: forzarte a salir. Tú resultaste no ser lo que yo había temido, y te pido disculpas. Ya está. ¿Tregua?
Ella vaciló, y después su rostro se ablandó y formó una mueca avergonzada. Extendió una mano.
—¡Tregua!
El le besó la mano, en lugar de estrecharla, y complacida, ella se volvió rápidamente hacia sus instrumentos.
—En realidad, tenías razón. Carecía de motivo para estar donde estaba y para hacer lo que hacía. ¿Tengo tanto aspecto de asesina, vista por la espalda?
—Por el contrario, claro que no —después añadió rudamente—: Te sientes muy atraída por tu jefe, ¿verdad?
Levantó el rostro sorprendida. Se habría pensado que acababa de revelar uno de los mayores secretos de la galaxia. Tuvo que esforzarse para no reír. Dios, ¿cómo era tan ingenua?
—¡Oh, qué cosas dices! ¡Qué idea tan perfectamente absurda! Maxim Malaika es mi jefe y un buen jefe. Nada más. ¿Qué te hace...? Oh, ¿tienes alguna pregunta sobre la nave? Si no, yo estoy ocupada...
El se apresuró a decir:
—¿Por qué, si esta nave es infinitamente más complicada que el transbordador, ambas requieren la misma tripulación de dos personas?
Conocía la respuesta, pero quería que ella hablase.
—Ahí mismo tienes la razón —ella indicaba la panoplia de luces graduadas e instrumentos a su alrededor—. Porque es tan complicada que requiere una automatización mucho mayor simplemente para operar. En realidad, el Glory se gobierna por su cuenta la mayor parte del tiempo. Excepto para proveer instrucciones y tomar decisiones, estamos aquí sólo para el caso de una situación imprevista. La navegación interestelar, por ejemplo, es demasiado compleja para que las mentes humanas o thranx puedan arreglárselas en un nivel verdaderamente práctico. Las naves espaciales tienen que ser manejadas por máquinas, o sería completamente imposible hacerlo.
—Entiendo. Cuando hablas de situaciones de poca importancia y de cosas imprevistas, ¿te refieres, por ejemplo, al cambio de sistema?
—Oh, no hay verdadero peligro en el «cambio de sistema». A las compañías les gusta armar un alboroto sobre eso para proporcionar a los pasajeros un poco de emoción. Por supuesto, de vez en cuando se sabe que algo ha sucedido realmente. Un meteoro habrá violado el campo de gravedad de una nave en el momento del cambio (probabilidad de uno a un millón), y ésta quedará con la parte de dentro hacia fuera, o cualquier otra cosa igualmente rara. Esas son verdaderas excepciones. Los tridimensionales inflan esos incidentes fuera de toda proporción teniendo en cuenta las estadísticas. Generalmente, no hay más problema que en pasar de tierra firme a un bote flotando.
—Me alegro de oír eso. No creo que disfrutase con mi interior hacia fuera. Eso le ocurrió al viejo Curryon, ¿verdad?
—Oh, sí. Eso fue en el año dos mil cuatrocientos treinta y tres del antiguo calendario. En realidad, lo único que nos debe preocupar es conservar el centro del campo en una posición constante con respecto al abanico generador. Los computadores cuidan de casi todo eso. Una vez que se aleje demasiado o venga demasiado cerca, hay que detener la nave y comenzarlo todo otra vez. Se necesitaría para la deceleración y aceleración, y eso es caro, además de peligroso. Si el campo comenzase a oscilar, la nave podría romperse en mil pedazos. Pero, como te dije, los computadores nos solucionan todos esos problemas. Excepto, por supuesto, aquellas circunstancias imprevistas.
—Nunca he estado antes en una nave doble-ka. No soy físico, pero, ¿podrías darme una explicación rápida de cómo funciona? ¿Una que incluso mi mente sencilla pudiese comprender? Ella suspiró.
—De acuerdo. Lo que el generador Caplis hace..., eso es lo que llevamos en el «abanico» ahí delante... En efecto, es producir un campo gravitacional poderoso, pero concentrado en el morro de la nave. Tan pronto como dicho campo sobrepasa el campo natural de la nave, ésta se mueve hacia él, atraída naturalmente por un «cuerpo» de mayor «masa». Como forma parte de la nave, lógicamente la unidad de mando doble-ka permanece con ella. Pero la unidad, habiéndose movido hacia adelante, tiene que conservar el campo a una distancia constante de la estructura de la nave. Por tanto, el campo se mueve también hacia adelante. La nave intentará alcanzarlo de nuevo, y así hasta el infinito. En realidad, el campo está tirando de la nave, en lugar de empujarla, como hacen los cohetes del transbordador. Las naves doble-ka se trasladan en una serie de continuos saltos, tan rápidos y cercanos que producen la sensación de un suave e ininterrumpido tirón. El aumento o disminución del tamaño del campo determina la velocidad de la nave.
«Siendo una onda, y no una particular forma de energía, la gravedad no es afectada en la misma forma que la masa cuando se aproxima a la velocidad de la luz. El campo doble-ka crea por detrás una zona de fuerza en forma de cono, en cuya masa actúa diferentemente de lo que hace bajo circunstancias normales. Esa es la razón por la que al sobrepasar la velocidad de la luz no veo a tu través o algo así. Una vez que hemos hecho ese avance inicial o «cambio de sistema», la velocidad de nuestro viaje aumenta enormemente. Es algo así como cabalgar sobre un proyectil SCCAM muy domesticado.
«Nuestra energía inicial proviene de una pequeña «bujía» de hidrógeno (a veces me pregunto de dónde viene esa palabra), que se encuentra cerca del generador alojado en la sección tubular de la nave. Una vez activado el campo, puede ser canalizado hasta cierto grado. De ahí sacamos la gravedad para la nave y energía para el suministro de la iluminación, el autobar y todas las otras cosas.
»Si se produjera un fallo del mando, se puede convertir el abanico en un antiguo mando de tipo iónico, alimentado por la bujía de hidrógeno. Nos llevaría doce años a toda velocidad ir desde Moth a Powerline, el planeta habitado más cercano. Más al exterior, donde las estrellas están todavía más separadas unas de otras, es aún peor. Pero doce años, o algo así, es mejor que nada. Naves averiadas se han salvado de esta manera. Consiguieron resolver problemas como la falta de alimentación o la locura. Pero las probabilidades de fallos en el mando doble-ka son minúsculas. Muy raramente puede un simple humano arreglárselas para estropear uno.
—Gracias —dijo Flinx.
Miró a su alrededor y vio que Wolf estaba completamente inmerso en su trabajo. Bajó la voz.
—Incidentalmente, creo que quizá tengas una idea equivocada de lo que es un lince.
—Una prostituta —replicó ella automáticamente.
—Oh. Las linces son un grupo de mujeres muy hermosas y ambiciosas que no consideran que emparejarse para toda la vida sea el fin último de la civilización. Prefieren pasar de un hombre fascinante a otro.
—Eso me habían dicho. Eso he visto. Pero cada uno tiene su opinión personal.
Dio un bufido estudiadamente.
—Por tanto, creo que no debes preocuparte porque Sissiph o cualquiera de las otras se queden con tu mercader de forma permanente.
—¡Escucha! —gritó ella—, por última vez, yo... Bajó la voz cuando vio que Wolf miraba con curiosidad.
—¡No estoy enamorada de Maxim Malaika!
—Claro, por supuesto —dijo Flinx desde el umbral—. Ya lo veo.
Sólo un breve momento después, mientras miraba una cinta visual en su camarote, se dio cuenta de que se había perdido el «cambio de sistema».